MITOS URBANOS
Concepción como ciudad mítica permite muchas lecturas: contestataria, provinciana, underground, conservadora, pragmática, cerrada, aburrida, modernista, laboriosa, laicista, culta, carenciada entre otros adjetivos. El imaginario urbano es ilimitado.
Un escritor local menciona, en el diario El Mercurio, el fenómeno de creerse una ciudad con muchos mitos que no acontecen: ¨Conce es una ciudad equis como cualquiera otra ¨. Relativamente.
La ciudad como colectivo psíquico es lo que percibimos e imaginamos de nuestra realidad contextual. Esas percepciones permiten sentir lo que sucede. Cada uno ve y contiene su propia ciudad, visiones fragmentadas que se conectan por entrecruzamientos de múltiples trayectorias. En estos encuentros palpitan las pulsaciones urbanas que “hacen ciudad”.
Esta, como maquinaria que moviliza estas intersecciones de rutas personales posibilita cumplir las expectativas de sus ciudadanos y la constituye en un reservorio de emociones encontradas, en un universo.
En esos encuentros buscamos intensidad emocional, que nos ocurran acontecimientos significativos, que sucedan cosas. Lo contrario, el desencanto.
Una ciudad necesita mitos, creencias colectivas. Estos son los lugares comunes -reales o imaginarios- que crea la memoria colectiva para construir su marco existencial, es la patria chica donde se van tejiendo las historias personales.
Una ciudad puede desarrollar muchas carencias si se concibe solamente como lugar existencial pragmático que no considera la intensidad de vivir, reduciendo los episodios a cursos ajustados, merecedores de vidas planas. Este reduccionismo, como una segunda piel pareciera a veces, un estigma difícil de desprender.
Hay ciudades que perturban, otras que mueven a soñar, a la peregrinación o la poesía. En cierta forma, somos lo que nos creemos.
Gino Schiappacasse R.
Arquitecto
Un escritor local menciona, en el diario El Mercurio, el fenómeno de creerse una ciudad con muchos mitos que no acontecen: ¨Conce es una ciudad equis como cualquiera otra ¨. Relativamente.
La ciudad como colectivo psíquico es lo que percibimos e imaginamos de nuestra realidad contextual. Esas percepciones permiten sentir lo que sucede. Cada uno ve y contiene su propia ciudad, visiones fragmentadas que se conectan por entrecruzamientos de múltiples trayectorias. En estos encuentros palpitan las pulsaciones urbanas que “hacen ciudad”.
Esta, como maquinaria que moviliza estas intersecciones de rutas personales posibilita cumplir las expectativas de sus ciudadanos y la constituye en un reservorio de emociones encontradas, en un universo.
En esos encuentros buscamos intensidad emocional, que nos ocurran acontecimientos significativos, que sucedan cosas. Lo contrario, el desencanto.
Una ciudad necesita mitos, creencias colectivas. Estos son los lugares comunes -reales o imaginarios- que crea la memoria colectiva para construir su marco existencial, es la patria chica donde se van tejiendo las historias personales.
Una ciudad puede desarrollar muchas carencias si se concibe solamente como lugar existencial pragmático que no considera la intensidad de vivir, reduciendo los episodios a cursos ajustados, merecedores de vidas planas. Este reduccionismo, como una segunda piel pareciera a veces, un estigma difícil de desprender.
Hay ciudades que perturban, otras que mueven a soñar, a la peregrinación o la poesía. En cierta forma, somos lo que nos creemos.
Gino Schiappacasse R.
Arquitecto
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